miércoles, 17 de octubre de 2007

DIENTES

Lo que da un poco de impresión es cuando se besan en la boca y los dientes de oro se chocan entre sí. Hacen un ruido casi imperceptible, pero se escucha si se pone atención.
El resto del tiempo es lindo ver esos dientes cuando brillan de pronto con las luces de colores. Ellos no paran nunca de sonreír e, incluso, de reírse a carcajadas. Ella tiene una risa llena, voluptuosa, que da ganas de escucharla toda la noche. Y él parece hacerle chistes por lo bajo, en el oído, una y otra vez. Se acerca un poco, le mete una mano por debajo del top rojo, para acariciarle la espalda, le corre el pelo negrísimo y suave y le habla bien pegado a la oreja, tan pegado que a ella le da cosquillas y entonces lo empuja un poquito, para que se aparte y vuelvan al pasito liviano, de cuarteto, agarrados de las manos.
La música viene de adentro, pero se escucha lo suficiente como para seguir el ritmo. Hay algunos otros afuera, abajo de las guirnaldas de lamparitas de colores colgadas de las vigas, sentados en algún banco que quedó por ahí, después de la cena.
Ella tiene unas calzas blancas que le remarcan el culo abultado, redondo y tenso. La cintura de avispa está, quizás, un poco forzada por el cinturón ancho de cuero rojo, sobre el que asoma el sobrante de carne apretada.
Un amigo grita desde el fondo que alguien trajo una guitarra y que no quieren empezar sin él. El contesta que es una barbaridad que no lo puedan ver tranquilo con una linda chica y otra vez la hace reír. Adentro se corta la música. Se ponen celosos, dice él, y prende un cigarillo que saca del bolsillo trasero del pantalón negro olgado, que tiene esa caída que sólo tienen los pantalones de seda. Exhala el humo, que se recorta, espeso, contra el cielo oscuro y le da un beso largo y apretado, sosteniéndole la nuca con su mano grandota y morena.

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