miércoles, 17 de octubre de 2007

SANTA RITA

- En el círculo hay cada vez más gente nueva, Marta. Lo malo es que los esquejes que llevan son una porquería. Cantidad de chicos jóvenes que se creen que porque tienen un par de cactus de morondanga ya son coleccionistas… Pensar que una se la pasó toda una vida importando especies, plantando semillas que no brotaban, yendo al norte a buscar rarezas...

Marta está sentada en uno de los sillones de mimbre, con una gata blanquísima sobre las rodillas.

- Y sí, Adela. Pero ¿qué le vas a hacer? Está bien que entre gente nueva, que se renueve un poco el ambiente...

- ¡Pero es gente que no entiende nada, Marta! ¡Es peligroso! ¡Te llevan una planta con cualquier peste y te arruinan un jardín entero! Por ejemplo, a la de al lado – dice bajando la voz - no se le ocurrió mejor cosa que poner una Santa Rita grande como una casa. Y la Santa Rita es un imán para las cochinillas ¡no hay con qué darle!... Tuve que correr todos esos estantes para esta pared, que dentro de todo está más alejada... Pero además les pongo veneno preventivamente, porque una vez que te agarran una, no hay con qué sacarlas. El año pasado casi me matan ésta, la traje de Tucumán, mirá lo que es... En el círculo una de estas ganó la segunda mención este año.

- Tenés que ir a lo de Alfredo, Adela, te morís si ves las cosas nuevas que tiene. No puede ser que sigan peleados por esa pavada...

- ¡Pero terminenlá con lo de Alfredo, che! ¡Qué obsesión les agarró a todas con eso, dios mío! Ya le dije a Victoria que hasta que él no me pida disculpas yo no le pienso dirigir la palabra. Mirá que venir como un delincuente a robarme una planta... No me importa si era para él, para la hija, para la nieta o para el mismísimo Papa. Si me hubiera pedido un brote yo se lo daba gustosa, pero así no, Marta. Así no es la cosa...

- Sí, claro, Adela... En treinta años que te conozco no le regalaste un esqueje a nadie. Ni siquiera a mí. Y vos viste como se ponen los chicos con esas cosas. La nena estaba encaprichada que quería esa flor. No había manera de hacerla parar de llorar. Y, vos sabés cómo es Alfredo con la nieta, se pone como tarado...

- No me interesa, Marta, la cuestión es la actitud. Lo agarré justo con el bolsito en la mano, escurriéndose en mi propio patio para volver a poner la planta en su lugar. Y yo preparándole un té como una tonta... No podés tener una idea de lo mal que me sentí.

- Bueno… - Marta se para y empieza a juntar sus cosas para irse -A mi me parece que estás haciendo demasiado espamento, parecés una vieja loca...-

- ¿El te dijo eso? ¿que parezco una vieja loca?

-No, Adela, eso lo digo yo. El lo que me dijo es que vos no lo atendés por teléfono, que no hay manera de ubicarte, que no le respondés los mensajes.

- Me dejó dos mensajes nada más, ni que hubiera dejado veinte... Y de perdones, ni noticias.

- ¡Pero mirá si le va a pedir disculpas a una máquina! Sos increíble. Yo me voy, ahora. Lo único que te digo es que muchas de nosotras entregaríamos sin que nos tiemble un dedo toda nuestra bendita colección de crasas y cactus a cambio de tener al lado un hombre como Alfredo. Hacerte la loca a esta edad, la verdad, es un estupidéz. Una gran estupidez.

Adela acompaña a Marta hasta la puerta. No se miran y se saludan en silencio, apenas rozándose las mejillas. Adela vuelve al patio. Agarra un cactus mediano con una flor roja, brillante, en la punta y lo pone en el rincón más alejado de la medianera. Se sienta en uno de los sillones de mimbre. Y llora.

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