miércoles, 17 de octubre de 2007

EL DIARIO DE BERENICE

18/10/05

Recibí un mail de mi prima Victoria. Tía Martina murió hace poco más de una semana. Hacía mucho que no la veía, y no puedo decir que nuestro vínculo hubiera sido fluído los últimos años. Pero que mis constantes planes de visitarla se vieran terminantemente arrancados de cuajo por un detalle tan estruendoso como la muerte, me arancó un grito, mezcla de sorpresa y enojo. Tía Martina. La delgadísima pero rotunda y rozagante tía Martina. La siempre vestida de pantalones tía Martina. La admirada, la temida, la adorada tía Martina. La loca de tía Martina. La muerta de tía Martina. Colgué ni bien me lo dijo. No quería compartir eso con Victoria. Pero después de un rato volví a llamar. Suponía que el mensaje no terminaba ahí. Y, de hecho, faltaba la mejor parte: sea por loca o por cuerda, parece ser que tía pidió que me encargue de distribuir sus colecciones, muebles, objetos y posesiones entre los integrantes de la familia. De chica siempre me dijo que creía que yo era la más intuitiva de mis 18 primos, y supongo que fue por eso que decidió encomendarme esa tarea: pensaría que yo sabría a quién adjudicarle cada cosa.

Eso, en principio, me pone ahora en el dilema moral de no estar tan segura de mi capacidad de ser equitativa y justa. Supongo que voy a elegir quedarme con las mejores cosas. Pero también supongo (soy un mar de suposiciones) que tía debía estar segura que lo que yo sintiera mejor para mí, seguramente no sería lo que elegirían los demás para sí mismos y viceversa.

Hay primos a los que no veo hace años. A algunos los ví por última vez hace ya muchos años, alguna de aquellas navidades que pasamos en el campo de Las Marías. Recuero a Facundo con muchísima nitidéz, probablemente porque estaba un poco enamorada de él. Ese amor de niña, pero amor al fin. Me fascinaba verlo andar a caballo como si fuera un hombre de otras épocas, como si estuviera pegado al caballo, como si él y el animal fueran íntimos. Eso, esa intimidad que él tenía con los caballos creaba el halo necesario de misterio suficiente para que mi cabecita de niña que quería ser salvaje lo sintiera un verdadero hombre. No sé qué de todas las cosas que tía Martina haya dejado tras de sí será la ideal para Facundo, pero sé, con absoluta certeza, que voy a elegir su "regalo" con muchísima más dedicación que el del pobrecito de Alfredito, a quién practicamente ignoré todas las veces que lo ví.

Santiago no está muy contento con la idea de mi viaje a Entre Ríos. Estamos en plena preparación de su próxima muestra y siente que, una vez más, yo no voy a estar acá para contenerlo como corresponde. Pero, de alguna manera, tía Martina supo perfectamente como hacer que la misión fuera impostergable para mí: me nombró única encargada y dejó expresamente indicado que debía usar para la tarea ni más ni menos que siete días en la estancia, acompañada únicamente de los caseros y de la Lidia, su "dama de compañía". Tengo ganas de ver a la Lidia. Y de atiborrarme durante toda una tarde de sus trufas de chocolate y coco.

Me duermo. Y sueño con cajas.

22/10/05.

Le prometí a Santi que conseguiría objetos increíbles para paliar un poco la culpa que me da dejarlo. Y combiné las cosas como para estar en Las Marías después de la inauguración. Eso lo reconcilió un poco con la idea, y el poco restante lo conseguí a fuerza de mis panqueques especiales de dulce de leche. No sé si será legal, pero estoy decidida a traer para Santi la colección de mariposas e insectos. De alguna manera, si se la queda él, es como si me la quedara yo. La heredarán nuestros hijos, estará en nuestra casa, me valdrá mil noches maravillosas viéndolo dibujar.

Como el Gol está ahora más que nada a servicio de él y sus telas, quedamos que podría llevármelo, lo cual hace todavía más perfecta la odisea. Adoro los paradores de ruta y los "voy al pueblo". Sólo queda esperar que no me ataque el miedo, o la sensación de soledad, o el horror vacuis. Pero confío en la mirada azul de la Lidia, en las horas plenamente ocupadas por los cientos de cajones de la tía y en mi propia calma. Y en el frasquito de gotitas que llevo en la cartera, todavía cerrado, pero que me hace sentir que estoy a salvo.

27/10/05

Luces: un éxito. Clima: un éxito. Gente: un éxito. Personalidades: casi un éxito. Vino: regular (Santi insiste con el Cabernet cuando sabe perfectamente que el Malbec es mejor. Es sólo que él prefiere fracasar antes que darme la razón) Opinión de la gente: excelente (ni demasiada adulación ni demasiada crítica: cantidades justas de fanáticos y de detractores). Familia: sin sorpresas desagradables. Santi: exultante, hermoso y vulnerable.

Mañana parto. Estoy jugando conmigo misma a conseguir que mi bolso sea lo más pequeño posible. Llevo sólo dos mudas de ropa, la malla, la campera celeste, miles de discos (compacté en varios cd's llenos de mp3) y tres libros (aunque no creo que me hagan falta). Pensé seriamente en llevar a Ofelia, pero le llevaría tantos días aclimatarse a la casa que casi no la disfrutaría. Me da culpa a veces, cuando sé que la extirpé de aquel paraíso cuando era una bola salvaje de pelos, siempre llena de pastitos y hojitas y pelusas de cortadera entre los bigotes. Era una pantera en miniatura y yo la convertí en este almohadón relleno de Royal Canin que es ahora. Nunca superaré mi culpa de madre castradora. Gracias a dios que Santi está ahí para contrarrestarme, y así nuestros niños no serán unas pobres criaturas pálidas aterrorizadas y encerradas de por vida en cuartos repletos de peluches. Sé que voy a extrañarlo casi hasta la angustia. Sé que va a extrañarme casi hasta enojarse. Es una pena que a veces tengamos tantas cosas entre manos, porque no podemos estar juntos en todos lados al mismo tiempo.

Victoria llamó. Creo que quería pasar por alto la indicación de tía acerca de mi soledad y acompañarme, seguramente para supervisar que su bendita familia modelo no sea afectada por mi demencia reparteril. Pero no se animó a decírmelo y yo no le facilité la tarea. Iré sola, prima querida, tan sola como me dejaste aquella vez, encerradita en el cuarto de las herramientas, llorando como una Magdalena.

28/10/05.

Sólo puedo escribir que me siento Alicia en el País de las Maravillas. Esta casa es, sin exagerar, la auténtica caja de Pandora. La Lidia me recibió con un baño caliente, lleno de vapor y toallas blanquísimas. Apenas bajé del auto, rodeadas de esa inmensidad caliente que es la oscuridad de las Marías me abrazó fuerte y largo, y la sentí llorar. Y no pude evitar pensar que ella y tía se amaban. Y la quise más por eso. Y le hice creer que la dejaba contenerme. Y me quedé todo el rato que ella necesitó.

Después del baño que casi me obligó a tomar, insistió en que no podría encarar bien la tarea con la panza vacía. Me tenía destinado un desfile de delicias: miles de platitos y bandejitas y potecitos y salseritas repletos de distintas cosas que ella iba poniendo delante mío, uno a uno, para que yo probara y aprobara. -Este era el preferido de tu tía para cuando volvía del estanque, en la primavera. La ayudaba a reponer sales- decía. -Y éste era, definitivamente, su postre favorito, que sólo podía ser reemplazado por éste otro cuando tenía ganas de algo menos dulce, cosa que no pasaba a menudo-. Me sentí un poco su muñeca, sentada en la cabecera de la mesa, limpia y reluciente como una moneda, aceptando todo lo que ella acercaba a mi boca con una cucharita o un tenedor.

Cuando terminamos, sin que ella probara bocado, estaba tan cansada que sólo pude dar una vuelta por la casa para hacer un pequeño reconocimiento. Lidia pareció disolverse en alguna parte de la cocina y no la volví a ver. Sentí que había decidido dejarme sola. Y se lo agradecí.

Caminé descalza por todas las habitaciones. Salí al patio de atrás. Paseé por la huerta y el jardín. Y fui hasta la caballería. Y ahí, ví la cosa más preciosa que haya visto jamás. Mina, la yegua blanca, parió un potrillo oscurísimo. Cuando entré, los dos me clavaron sus ojos brillantes y se quedaron inmóviles por unos segundos. Esas pestañas duras y rectas de los caballos siempre me dieron ganas de llorar. Pero esta noche no. Esta noche me quedé ahí, con la puerta entreabierta, mirándolos no sé por cuánto tiempo. Y supe que la tía hizo todo esto a propósito. Porque quería mostrarme algo que no le había mostrado a casi ninguna otra persona. Porque quería hacerme entender. Porque quería que me diera cuenta.

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